¿En qué estamos metidos?

¿Dónde estamos? ¿Qué es esto que llamamos vida y, aparentemente, nadie tiene la respuesta a esta pregunta? ¿De qué se trata en realidad la vida? Vivimos normalmente pasando por alto estas preguntas, no queriendo hacérnoslas. Y es normal, porque generan bastante inquietud. Hemos creado una civilización que nos hace olvidarnos constantemente de estas preguntas y nos envuelve, cálidamente o fríamente, dependiendo de las circunstancias, en situaciones y con personas que nos hacen olvidar esta trascendencia. Es verdad que no se puede mantener todo el tiempo un estado de “filosofía” perpetua, digamos, pero tampoco es nada aconsejable mantener un estado dormido y ausente de los asuntos primordiales de la vida.

Es curioso que, cuando planteas este tipo de preguntas en un grupo social normalmente va a darse un rechazo bastante grande. La gente en general, no todos, pero sí una mayoría, huye de estos planteamientos. Pueden hasta ponerse agresivos si insistes en contemplar dichas ideas. Y es que, como en la película Matrix, estamos rodeados de agentes Smith que no permitirán que te salgas de la caja fácilmente.

Existen seres humanos, sin embargo, que son capaces de abordar estas cuestiones y vivenciar las respuestas en sus vidas, al parecer. Yo creo que sí, que existen estas personas, pero que, como es normal, viven aparte, en secreto. No revelan los hallazgos, los guardan más bien para la gente que demuestre realmente estar preparada y, para eso, han de pasar por exámenes muy específicos, estoy seguro. Así pasa en la masonería, por ejemplo, y en otras logias de conocimiento.

La cuestión es si un ser humano solo podría acercarse o incluso traspasar la respuesta a estas preguntas y lograr la llamada Iluminación, si es que es lo que busca. El ejemplo está en Buda. Él, atrapado en lujos y placeres para precisamente no encontrar nunca respuesta a estas preguntas, logró la iluminación por sí mismo. Pero cuando uno se acerca un poco a estos caminos tan poco transitados lo abismal se asoma rápidamente y la sensación de frío, miedo y también terror es bastante acuciante y ominosa. Así que nada, si no quieres plantearte estas cuestiones es comprensible. Hace falta mucho valor para hacerlo y más para adentrarse por esos caminos.

Ian

Yo soy yo y mis circunstancias

Que diría José Ortega y Gasset. Pero cuánto de «yo» estoy siendo y cuánto de «mis circunstancias»… Esa es la diferencia. Y ahí entra el aforismo atribuido a Sócrates del oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo… y, en la versión ampliada se dice… y conocerás el universo y a los dioses”.

Cuanto más me conozca a mí mismo más podré manejar mis circunstancias de manera que me sean benévolas en gran parte de las ocasiones (porque no somos perfectos o por lo menos eso parece y no podemos conseguir que siempre sean circunstancias benévolas). Porque, obviamente, nadie quiere circunstancias malévolas en su vida adrede. Siempre será por equivocación o por mala orientación.

La cosa es que sabiendo esto cómo haces para cambiar los pensamientos intrusivos negativos que aparecen sí o sí en la mente de vez en cuando y en situaciones muchas veces delicadas. Particularmente procuro tener mantras que me orienten de nuevo hacia un pensamiento positivo. Mantras como “todo está bien”, “todo está en equilibrio”, “todo bien, todo meridiano”. Me sirve también respirar hondo y pensar en aquello que es lo opuesto a lo negativo que me ha asaltado. Hay que entrenar lo que Marco Stramaglia llama la triada de la manifestación para poder solventar este problema de la mejor manera posible. Se trata entonces de tener una “Decisión inquebrantable con fe”, un “control de la atención” y una “imaginación controlada”. Si la triada se mantiene vamos limpiando paulatinamente nuestra mente y nuestra voluntad se va refinando hasta el punto en que se vuelven inquebrantables y entonces permanecemos libres de estados bajos del ser.

Ahora, es un trabajo de por vida. Se ha de mantener y no flaquear y es muy difícil no flaquear. El mundo está lleno de situaciones y oportunidades para flaquear que, se podría decir, son pruebas que nos pone la vida para ver si estamos hechos de la pasta necesaria para ser “libres”. Al final esto parece una carrera por ser libre y en el trayecto la mayoría de la gente queda atrapada en cosas que la hacen menos libre de lo que era previamente. Entonces es una cosa bastante truculenta la vida. Hace que la gran mayoría de seres humanos sucumba ante mil y un vicios (y yo me siento en esa parte todavía) y muy pocos consigan, gracias a la gracia de su espíritu y su voluntad, un grado de libertad lo suficientemente amplio como para poderse llamar espíritus libres o a punto de liberarse.

Ian

¿Qué hacer cuándo no sabes qué hacer?

Es curioso, porque esta es una pregunta que me he hecho muchas veces y siempre he buscado algo que hacer… Pero, ahora, me planteo la misma pregunta y me digo: ¿Por qué no hacer nada? Ayer vi un vídeo de un hombre que explicaba cómo ahora tenemos que hacer algo sí o sí para ser “felices”. Hacer y hacer, hacer por hacer, estar activos de alguna manera. Más bien la palabra sería estar “productivos”, mantenernos productivos. Es una suerte de esclavitud que nos están vendiendo desde las redes sociales, las televisiones y, en general, todos los medios de difusión de ideas masivos.

Parece que no hacer nada es un crimen de lesa humanidad, cuando es una de las cosas más necesarias de no-hacer de la época en la que vivimos. En mi caso, estoy comenzando a permitirme el no-hacer nada. No quiere decir que no-hiciera antes, sino que no me lo permitía. Me sentía culpable por no hacer nada y si alguien sabe que estás sin hacer nada te hace sentir culpable nada más que con su mirada y su presencia.

Podemos hacer de todo tipo de cosas mientras que hagamos cosas, pero al no hacer nada se le tiene un horror vacui cada vez más grande. Además, de ahí surgen nihilismos y sensación de frustración y también de soledad y de falta de sentido que vienen, en gran medida, por no permitirnos esos momentos de no-hacer. Quizá, si se normalizara el no-hacer como algo muy necesario y bueno para la salud, muchos problemas mentales desaparecerían. Se experimentaría el no-hacer como algo más dentro de la experiencia vital, en lugar de negarlo y culpabilizarnos.

En mi vida, cada vez más, abogo por aceptar y asimilar el no-hacer por mucho que sea mal visto y, la verdad, me va bastante mejor que antes. El ánimo está más centrado y equilibrado y me siento más yo. La enajenación que se produce de no aceptar el no-hacer ha desaparecido casi por completo. Es verdad que son muchos años de mi vida rechazándolo de alguna manera, por lo que ahora cuesta llegar a una aceptación total. Pero la busco y espero encontrarla pronto.

Ian