
Estamos solos. No hay otra. Podemos relacionarnos cuánto queramos, pero a fin de cuentas estamos solos. Somos entidades aisladas y, a la vez, podemos relacionarnos. En la relación vamos “conociendo” más o menos lo que somos. De momentos de soledad a momentos de relación vamos pasando, día a día, semana a semana. Y eso hace que vayamos dándonos cuenta de cómo somos, de qué somos, hasta cierto punto. Es verdad es que también hay que querer saber qué somos para poder conocernos. El conocimiento de esto trae también una nueva forma de relacionarse.

Ya no nos relacionamos desde la necesidad de relación, de huir de la soledad, sino desde el conocimiento de saber que somos algo que transciende la soledad y la relación. Seguimos sintiéndonos solos y acompañados, pero vemos que son las dos caras de la misma moneda. Al final lo único que existe es un solo ser relacionándose consigo mismo a múltiples niveles, de manera fractal y basándose en las leyes que le son intrínsecas.

Parece que es así porque esa forma de ser hace que se conozca a sí mismo y se pueda amar a diferentes longitudes de onda. Pero bueno, lo más interesante de esto, creo yo, es que nunca estamos solos o, por el contrario, siempre estamos solos o siempre estamos con nosotros mismos. Y nos gusta tanto dormir porque ahí no existe ni la soledad ni la compañía, existe un limbo de esas dos situaciones, un descanso de esas dos situaciones. Está muy bien diseñado el tema para que podamos soportar la vida y su peso.
Ian.