
Sentir profundamente la vida, lo que ocurre a cada instante. Dejarlo ir después para que no se quede atrapado. Pero descubrir que no quieres que ciertos sentimientos se vayan. Simplemente se van, pero porque ya no quieres aferrarte. Sabes que aferrarse sólo trae esclavitud. Y entonces llega una nueva dimensión en la forma de sentir. Un sentir liberado, que no atrapa ni se aferra, que no juzga ni se enreda. Llega el amor de verdad, que es mucho más potente y, a la vez, más sencillo y liviano. No daña ni perjudica. Sólo es y está y siempre está.

Es lo que subyace a todo, el sustrato más puro de todos. Y de ahí a la eternidad que es el presente en el que estamos siempre. Sólo hay estados del ser, desde el estado onírico al estado de vigilia total. Estamos oscilando de alguna manera, hasta cierto punto en graduaciones del ser. Somos momentos pasajeros y a la vez eternos que duran una vida y quizá un poco más. No sabemos nada ni tenemos verdadero control de nada, así que lo mejor es tener una actitud de soltar todo en la vida, no aferrarse a nada. Mantenerse un tiempo, eso sí, mientras la sensación o el momento esté presente, pero no más, para no crear traumas ni sufrimiento.
Todo al final es un conglomerado de formas de estar y de ser que llamamos vida y que parece que sirve para aprender sobre esos diferentes estados del ser. Y estos estados nos van llevando, inexorablemente, a la muerte. Vivimos para al final morir, está así hecho, por ahora.
Ian.