Días extraños

Hay días extraños. Días en los que el curso normal de la vida no se da y, en su lugar, se da un ritmo raro, discorde, como desacompasado. Hay días que no son uno con nosotros o quizá parte del día, no tiene por qué ser el día entero. Son días de despedidas, de comienzo de viajes, de mudanzas, de hospital, de reencuentros o de despedidas. Esos días que no nos gustan tanto como otros pero que son imprescindibles en el devenir de las cosas y, además, son totalmente naturales, necesarios y obligados, digamos.

Nos gustaría en muchos casos que no fuera así, que existiese algún tipo de salvoconducto que hiciese que pudieses saltarte esos días, pero no puede ser. Son, como los días normales o como los grandes días, días que se dan en el calendario de la vida. Hay gente que evade esta clase de días o que lo intenta por lo menos, pero al final hay que enfrentarse a ellos. Esos días son más crudos o parecen más crudos. Sin embargo, hay gente que los busca, como por ejemplo los médicos, que buscan estar en hospitales y en lugares donde hay enfermos por su profesión. O policías en cárceles.

A fin de cuentas, son días como otro cualquiera, aunque sean días más “feos”, digamos. No podemos estar, de todas maneras, siempre felices o dichosos porque, además, eso impediría que pudiésemos disfrutar de la felicidad o de la dicha. Estar siempre “feliz” o siempre “dichoso” equivaldría a no estar nada en absoluto o a una especie de infierno, realmente. Como todo en el universo, se necesita de la fluctuación, del ir y del venir, de la noche y el día. Cada parte de la ecuación nos equilibra y da un resultado que podemos cuantificar y vivenciar.

Ian

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