Puedo entonces caminar en paz. No veo en el futuro nada concreto que buscar y tampoco busco nada en el presente para lograr. Estoy entonces como el niño que juega en el parque, sin pensar en qué cenará o en cuándo dormirá. Estoy jugando, en el momento, al juego del momento. Eso hace que la intensidad de mi juego sea la máxima posible, por lo que mi juego es el mejor posible también. Eso no significa que no me “confunda”. Significa que si me confundo me corrijo y que es mucho más complicado para mí volver a caer en esa confusión. Puede que tenga planes, sí, pero son planes sobre el juego que estoy jugando. Cada juego requiere de unos planes diferentes, o estrategias, si quieres llamarle así.
Luego están los momentos de aburrimiento o de no juego o que parecen de no juego. Simplemente porque a mí me parecen que no son juego no quiere decir que no lo sean. Al final la vida es juego, como el sueño de Calderón de la Barça, pero en juego. Un juego danzado y cantando (por algo tuvo tanto éxito Walt Disney) que es pura matemática rimada. Los momentos de aburrimiento son aquellos que corresponderían a los silencios entre estrofas de un poema que no tiene fin, aunque para nosotros sí lo tenga aparentemente en la muerte.

Sin embargo, la muerte en sí es un nacimiento a otra cosa, creo yo y muchas personas. Cada cuál lo interpreta a su manera, pero ya existen cada día más evidencias serias y contrastadas de que existe algo detrás de la muerte. La consciencia continúa y vivenciamos otro plano. Muchas de estas personas que afirman esto también afirman que los sueños lúcidos o controlados o también llamados “viajes astrales”, son al antesala a la experiencia de la muerte y que, de tenerlos y manejarlos conscientemente (cosa que se puede entrenar, como cualquier otra disciplina) se podría uno adentrar en la muerte de una manera muy diferente a la gigante mayoría de seres humanos que lo hacen inconscientemente con lo que ello puede conllevar para la trayectoria que luego describamos en nuestra siguiente vida. Sea como sea esta siguiente vida.

Está claro que mucho mejor adentrarse en el abismo con consciencia que sin ella. La conciencia siempre es más deseable, aunque en realidad sea todo lo contrario, lo que menos desea la gente en general. La gran mayoría, entre la que me voy a incluir, no amamos demasiado la consciencia de las cosas. Más bien nos dejamos llevar por los acontecimientos y quizá, después de haberlos vivenciado o sufrido, entonces recapacitamos. Rompiendo una lanza a mi favor he de decir que muchas veces he buscado la consciencia sobre un campo concreto antes que el adentrarme a ciegas en un terreno nuevo o resbaladizo. Al final, poco a poco, vamos tomando el camino de la consciencia porque no queda otra. Es la mejor manera para poder transitar lo nuevo y desconocido y hacerlo de la mejor manera posible. Habrá fallos y errores, pero no serán de todo tipo. Un gran abanico de ellos será anticipado y corregido antes de ocurrir, como quien dice. O, mejor dicho, no habrá nada que corregir porque la acción se acometerá correctamente.
Ian