¿Dónde estás? ¿Cuánto tiempo tengo que esperar? ¿Llegarás algún día? Son preguntas que me hago y que no sé responder. Imagino que las cosas llegan cuando tienen que llegar si es que tienen que llegar. También tengo que sentirme digno de ella cuando llegue, así que hay muchas cosas que tengo que mejorar de mí mismo para que cuando ese momento llegue esté a la altura. Pero también las podría mejorar estando con ella. Dicen que los hombres hacemos lo que hacemos por la búsqueda de la validación de las mujeres. Eso puede ser a un nivel básico, pero creo que hay niveles en los que ya no se busca la validación tal cual, sino una suerte de cónclave mágico de circunstancias extrañas y complejas que nacen del espíritu y que son indomables, impredecibles y que surgen en un Kairós concreto.

Circunstancias que, además, detectaremos como inequívocas llegado el momento. Como absolutas, como designadas. Circunstancias que lo cambian todo y para siempre… por lo menos lo que dure un “para siempre”. Ella llegará y lo sabré llegado el momento, todo encajará. O eso pienso. Realmente no sé nada y, a la vez, sé que lo sé. Puedo preparar el terreno todo lo que quiera y, aun así, me pillará desprevenido. Es algo que escapa al control. El encuentro, quizá pactado en otro tiempo, en otras dimensiones, es algo que termina dándose porque forma parte del juego. No todo el mundo en el juego tiene ese encuentro, pero es que no todo está para darse si no sería todo una especie de sopa informe de infinitos escenarios superpuestos dándose a la vez. Imposible vivir en algo así.
Total, que no sabemos de la misa la mitad, como se dice, y si se tiene que dar se dará y si no se tiene que dar no se dará. Ahí es nada. No sé si decir “ojalá que se dé”, porque puede que no sea lo que yo imagino y siento que será y, tal vez, sería mejor que no fuese. Pero eso no depende de mí, en principio y en la totalidad del asunto…
Ian