La era de la comunicación

Estamos en la era de la comunicación, según parece. Nunca antes, que sepamos, habían habido tantos medios para comunicarnos como ahora. Tantos medios para expresar. Sin embargo, lo que estamos experimentando es justo lo opuesto. Una comunicación cada vez más paupérrima, más deficiente. El número de palabras que usamos ha disminuido una barbaridad y los jóvenes se mueven en torno a 250 palabras en total para comunicarse.

Las ideas que se comunican, además, son cada vez más pobres en riqueza y variedad y se está homogeneizando el pensamiento de manera que ya se puede decir que estamos viviendo la era del pensamiento único. Pensar de una manera diferente a este pensamiento único significa directamente estar loco, ser un conspiranoico o un negacionista. La verdad, creo que este pensamiento único no va a poder mantenerse mucho tiempo porque es demasiado artificial y espero que cada vez más personas se revelen ante esta imposición que no se sabe muy bien de donde viene, pero si sabe bien que es una imposición en toda regla.

Se puede pensar que vamos hacia una especie de mutismo en el que se viva como si fuésemos robots que se dedican a hacer sus tareas y poco más. Todos «conectados» pero «desconectados» totalmente, cada uno en su isla tecnológica y siendo algo así como una gallina ponedora de huevos. Ojalá todo esto sólo sean los delirios de un delirante e imaginativo escritor que está viviendo una etapa rara de cojones.

También se puede esperar el escenario opuesto (que es el que yo espero), en el que la humanidad tenga un resurgir, una especie de «desperece» y un número gigantesco de personas despierten a la vida, se opongan a seguir alimentando al sistema tal cual está siendo alimentado ahora mismo y cambien, entre todos, el rumbo de los acontecimientos que, como parece, nos lleva a un estatismo Orweliano muy feo.

De todas todas, esperemos que el despertar se dé como revulsivo natural a esta especie de sedación de las voluntades gigantesca y que da miedo y podamos ver un nuevo amanecer libres en gran medida de esta bota que nos aplasta la cabeza cada vez más, aunque lo haga con una suavidad que impide a la mayoría ver que está siendo pisoteada.

Ian

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